lunes, 7 de junio de 2010

Texturados obvio

¿Por qué Beto? No, mejor ¿Porqué molestarse en ponerle un nombre a alguien para después cambiárselo por una forma mas corta y pedorra que la original? Bueno, en mi caso no se cual es la mas pedorra. Alberto Agustina Ásaber mi nombre completo, Ásaber es el apellido de mi padre, Mamá trato de ponerme el de ella también (Tractoneri) gracias dios mi padre se impuso.
Igualmente la transformación dese Alberto a Beto no tiene un simple traspaso por parte de una tío cervecero ni un hermano menor que no puede pronunciar bien el original.
Todo se remonta al Jardín de Infantes al que asistí (antes a una guardería, pero no viene al caso). Para este relato voy a tener que sincerarme con ustedes y admitir que tengo treinta años, me gusta decirle veintisiete mas tres por una cuestión de honor, porque pienso estar a los treinta (mis treinta) con alguien, en algún proyecto de vida. No es que me importe mucho el estar en este estado, pero los posters de mi cuarto me dicen que hay un galán para mí también y están locos si creen que se lo voy a dejar a alguna loca con plumas. Tomar un helado, pasear por el barrio y que todas las viejas que tendrían que estar pensando mas en el forro interno de su ataúd se molesten en mirar dos veces con su cara de: podría jurar que acabo de ver dos hombres siendo mas felices que yo agarrados del brazo, obvio a todo esto intentando que mi madre muera sin saberlo. En fin todas esas cosas que uno quisiera hacer a los treinta. Pero esto no era lo que les venia a contar. Nací, por tener tres décadas encima, en el año 1880, nada del otro mundo, mi papá tratando de abrir su propio negocio (supongo que todavía no sabia de que rubro y aun ignoro más el por que mierda creyó que era una buena idea lo de las lámparas) mi mamá todavía en el banco (supongo que disfrutando un poco mas de su estatus alcanzado por su tiempo en este, disfrutándolo claro a costa de las pobres ingresantes, lo veo como si me lo estuvieran contando) y yo molestando bien cerca del ombligo de mamá, todo esto contextualizado en los últimos tiempos de nuestros amigos los militares. Al punto, para cuando era mi hora de entrar al jardín el país vivía la retirada de los señores en el poder, asumía Alfonsín y en todos lados se exhalaba democracia. En lugares como al que yo fui a parar a mis tres años mas que exhalarse se respiraba, desayunaba, almorzaba y cenaba democracia a tal punto que la directora del establecimiento (una mujer mas que democrática) citó a mis padres (solo fue mamá, como es debido) por un asunto en extremo irritante, las iniciales de mi nombre eran AAA cargando con toda la historia de esas tres letras, la directora quería cambiarlas, mi mamá se impuso ante la directiva alegando que no era lógico el cambio de mis iniciales por una simple coincidencia histórica (como si algún “Kevin Ken Kaiser” halla tenido que hacerlo) mamá dijo que los grupos de iniciales en el mundo son incontables y que se podría encontrar diez mil coincidencias si se quisiera con cada uno de los chicos del jardín. La directora no quería entrar en razón argumentando que no era cualquier coincidencia y que no se trataba de una que provenía del Congo si no de un Espacio/Tiempo muy propio y cercando y que se negaba a anotarme en el lugar con esas tres letras como iniciales de mi nombre. Denuncia, puteadas, ladridos y hasta casi agresión física (de parte de mi madre obvio), es que, su chiquito tenia nombre y era el nombre que ella había elegido. La causa “justa y centrada” de mi progenitora terminó ganando, así que comencé a asistir a clases. El primer día, no obstante, la directora entra a mi aula (yo de esto nada me acuerdo y estoy tratando de rescatarlo de los relatos “objetivos” de mamá) y le dice a todo el aula (con esa voz semi-infantil que caracteriza a las maestras jardineras, intentando que los treinta pendejos le prestaran atención) que al compañerito Alberto (haciendo referencia a mi claro) “no le vamos a decir mas Alverto, porque es muy laaaargo, le vamos a decir Beto que es mas lindo y cortito”. Desde ese momento todo mi entorno, parte de mi familia (es obvio cual no) e inclusive yo mismo me hago llamar Beto. Dure poco más de un año en ese jardín (lo suficiente como para que se me pegara el sobrenombre) porque mi mamá se entero de lo que estaba ocurriendo en un acto escolar, cuando una de las madres le dijero: está hermoso Beto con su trajecito de abeja. Se fue todo a la mierda, después nos enteramos que la fulana directora era pariente no muy lejana de Atilio López (ex vicegobernador cordobés acecinado por la Alianza Anticomunista Argentina). Beto quedé, Alberto para mi madre pero Beto en el fondo, es como mi mascara que uso por las noches para hacer justicia por mis propios medios, con un cinturón como el de Batman, lleno de condones con alitas de murciélago, texturados obvio si no para que.